Este editorial vale la pena...


PESADILLA ... Por Esteban Valenti (Bitácora)


Martín Luther King pronunció un célebre discurso que incluía aquella frase sobre su sueño de que en los Estados Unidos algún día se terminaría la discriminación racial. Falta algún trecho, pero con Barak Obama como candidato y con posibilidades de ser electo presidente de la Unión se demuestra que - aún pagándolos con la vida -, los sueños se pueden cumplir.

Yo tuve una pesadilla. La primera. Una noche de tormenta, cuando los vientos arreciaban contra las persianas y la bruma cubría la ciudad a mi me asaltaron imágenes terribles. Veía a los mismos de siempre, con un simple cambio de combinaciones, los mismos rostros, las mismas sonrisas saludando desde el balcón del palacio Estévez el 1º. de marzo del 2010. Y no me desperté, seguí caminando por el negro sendero de la pesadilla.

La plaza Independencia desbordaba de patriótico entusiasmo, no había lugar para más coches nuevos y las 4 x 4 con banderas de los dos partidos tradicionales. Se abrazaban, lloraban de alegría. Habían logrado alejar el horror de un nuevo gobierno de izquierda. Para ellos no era un problema de plata, de ganancias, de prosperidades, de marcha del país, era algo mucho más profundo, les salía del alma, del corazón que de tanto henchirlo se les iba cada vez más a la derecha. Hasta se sentían altruistas y prometían iniciar cientos de obras de caridad. Una verdadera merienda de blancos...

Al otro día, la gran prensa alborozada anunciaba las primeras medidas del nuevo gobierno de concertación blanco-colorada y con un toque independiente. Se anulaba el IRPF y se reimplantaba el IRP a sueldos, jubilaciones y aportes, se anulaban la convocatoria a los consejos de salarios y se enviaba un proyecto de ley que borraba los terribles destrozos sociales dejados por las leyes de defensa de los fueros sindicales y otras maldades. Los peones rurales volvían a lo suyo: al surco, a los animales y a la integración afectuosa y familiar a la estancia.

Para adornar la boda y con el objetivo de contribuir de manera altruista y desinteresada a la concordia nacional los nuevos líderes le tiraban a la izquierda algunos huesos, ya mordidos. No a todos, a algunos elegidos de antemano. Y viva la pepa, el vino Carlón y las políticas de Estado.

La mayoría de los dirigentes de las asociaciones empresariales organizaban danzones para festejar. Aunque las empresas industriales, comerciales y agropecuarias había obtenido durante el gobierno de izquierda los índices más altos de crecimiento que se recordaran, lo importante era volver a la seguridad. Los sindicatos serían puestos en su lugar. La dirección de ADEOM, con sus paros sorpresivos y su conflicto eterno esperaban su bien merecida recompensa por haber hecho tan significativo aporte a la restauración.

Se anulaba para siempre jamás la reforma de la salud y la de la enseñanza retornando de inmediato al sistema precedente, tan justo, equitativo y universal.

En cuanto a las relaciones internacionales, eran un poco más cautos, se les terminaban los ímpetus anti Mercosur y jurando amor eterno al comercio internacional se proponían firmar cientos de TLC y no sólo remediar el error del gobierno de izquierda, sino los años en que ellos habían estado dormidos. Era el despertar. Concentraron sus diatribas contra otros presidentes de la región. Los “populistas”.

El flamante ministro de relaciones exteriores, le susurraba al oído del re-flamante presidente que tuviera tino y equilibrio, que Brasil y Argentina seguían allí, pegados. El primer magistrado se mordía los labios, ya le llegaría la hora de soltar amarras y hacernos navegar por el enorme océano de las oportunidades. Lo que no habían logrado en los 20 años de sus anteriores gobiernos. Ahora, se sentían iluminados.

A través de un decreto y varios proyectos de ley anunciaban que nunca más habría atraso cambiario, ni déficit fiscal y que el gasto público sería austero y contenido. La inflación se anulaba de los planes oficiales. Se designaban para los directorios de los bancos públicos a funcionarios probados en las terribles tormentas anteriores. ¿Quién mejor que ellos para saber lo que no había que hacer?

Nuevamente se abrían de par en par las puertas para la compra y venta de bancos privados y la instalación de nuevos, estableciéndose un riguroso cuestionario que debían llenar los interesados antes de obtener las autorizaciones correspondientes. Para evitar sorpresas junto a los cuestionarios se exigirían los prontuarios penales de los futuros dueños de los bancos. Se instalaba nuevamente una línea directa entre el poder y el directorio del Banco República para volver a pedir favores y líneas especiales de créditos “pesados”. Mejor dicho, para los pesados.

El Banco Hipotecario, era transformado directamente en una agencia de servicios médicos internacionales. ¿Para qué andar con vueltas?

En medio de la algarabía generalizada y del buen humor se anunciaba que se suspendía para siempre jamás cualquier revisión del pasado y que el Uruguay a partir de ese momento sólo se ocuparía del futuro. Los once años de dictadura se declararon integrados a la historia nacional. Se erigiría un monumento a un solo demonio, para que cada uno lo interpretara a su gusto. Y asunto cerrado.

En un magnánimo gesto presidencial se indultaba a los procesados y encarcelados por violaciones a los derechos humanos y se cerraba para siempre la cárcel que los había albergado. Una vergüenza nacional. Sobre el edificio se echaría cal viva.

El edificio de la Plaza Independencia que durante más de 40 años había representado el sueño inconcluso de la Nación, la demostración de sus ritmos, el culto a la perseverancia se transformaría en oficinas privadas. Y recuperaría su nombre “La Torre inconclusa”. El nombre que nunca debió perder.

Los planes de emergencia y sus diversas variantes eran anulados en un decreto que luego de largas declaraciones de buenas intenciones y de extrema sensibilidad social hacia los pobres, dejaba claro que debían volver a lo suyo: “agachar el lomo” y sobre todo la cabeza.

En las empresas públicas asumían sus nuevos directorios, repartidos prolijamente entre los tres partidos ganadores. La severidad de la nueva administración se demostraba cabalmente: ninguno de los viejos directores de gobiernos blancos, colorados o rosados anteriores volvían a sus puestos. Rotaban entre los diversos entes. Así los refulgentes directores de OSE eran designados para hacer lo que habían hecho muy bien en el pasado, enterrar rieles en lugar de caños y otras cosillas.

Lo más fervoroso y evidente era el nuevo clima cultural. El nuevo gobierno desataba la euforia educativa: se crearían una y mil universidades privadas y que la Universidad de la República se gane su derecho a competir cobrando matrícula, algunos otros toquecitos institucionales y sobre todo ideales para volver a la normalidad: educar en los supremos valores.

En los de ellos. En la Universidad seguía sin haber mayores cambios.

A los intendentes mal acostumbrados a recibir en tiempo, forma y cantidad el aporte del Estado nacional se les comentaba, al pasar, que luego de las elecciones municipales todo volvería a la normalidad, es decir al mangoneo de antes. Los buenos tiempos.

Por un sacro decreto seconfirmaban en sus cargos a todos los integrantes del Tribunal de Cuentas, del Tribunal de lo Contencioso Administrativo y de la Corte Electoral. Si por edad - al haber sido designados hacía más de quince años - alguno quería abandonar ola naturaleza imponía un cambio, se anunciaba que los cargos serían hereditarios.

Todo volvía lentamente a la normalidad. Los informativos de los canales nacionales, ahora bufando de satisfacción por la tranquilidad y seguridad reconquistada, y aunque durante el anterior gobierno habían batido el nivel de las ventas publicitarias a los privados y las tandas duraban más que una misa, nos devolvían la paz a todos. Las noticias policiales, las huelgas y paros y hasta los “ultras” volvían a su lugar de siempre: al cuerpo del informativo o desaparecían. Se cumplía la ley del mercado, implacable: lo que vende es lo diferente. Y ahora lo diferente era que el nuevo gobierno tradicional no flotaba, actuaba, restauraba, reorganizaba, desterraba el pasado reciente. Y el ministro del interior tenía cara de malo. Asustaba al delito. Ah, se prohibía a los ministros andar a caballo, solo lo podrán hacer en sus respetivas estancias familiares. El hipódromo y los stud volvían a ser patrimonio del palacio y sus ocupantes. Hico, hico.

Ahora los periodistas ya no tenían la incómoda tarea de esperar en la puerta de los juzgados para ver el desfile de dictadores y violadores de los derechos humanos, ahora en una sola y gran cobertura en las puertas de la cárcel donde habían estado detenidos se liquidaba el problema. Además, tenían un presidente locuaz, que hablaba de todo, a todas horas y pontificaba sobre sus geniales ideas. Y no como el esquivo presidente anterior. Las encuestas también volvieron a la normalidad: en pocos instantes los neo electos comenzaban su caída libre en el apoyo ciudadano, pero eso no preocupaba a nadie, habían logrado el milagro, derrotar a la izquierda, luego del mejor gobierno del último siglo. ¿De qué preocuparse? Ahora, sabían como hacerlo y podían volver a hacerlo.

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