EL ABRAZO DEL TAMBO...

Y se abrazaron nomás, sin que ninguno manifestara un desagrado más o menos flagrante, como si las incómodas diferencias no tan lejanas se hubieran diluido en el agujero negro de la historia.

Los hombres se estudiaron uno al otro desde lejos, caminaron con lentitud y hasta con cierta inseguridad al encuentro, pero estimulados por las circunstancias, finalmente se confundieron en un abrazo, no muy efusivo, es cierto, pero abrazo al fin.

Hubo exclamaciones, sonrisas entusiastas, aplausos ruidosos, gritos y alharacas de los concurrentes. Todos muy contentos y con abierto apetito. En particular el dueño de casa, el patrón del tambo.

El escenario no pudo ser montado por mejor escenógrafo: allí mismo, donde se ordeña hasta la última gota, donde la nata se acumula sobre el líquido blanco que es conservado, procesado y finalmente objeto de comercio sin que se haga asco al color ni a ningún otro insumo, los dos personajes abrazados debieron recordar, más bucólicos que rupestres, su remoto origen común y más todavía: la comunidad de intereses, hoy en decadencia, que ambos han encarnado a lo largo de sus extensas vidas y sucesivos gobiernos.

Ellos saben muy bien que tras haber acumulado el vidrioso poder y la efímera gloria, ahora poco –muy poco- representan separados, aunque tampoco es mucho más lo que proyectan juntos.
No obstante, el abrazo se produjo mientras las cámaras lo registraban para el flaco presente y la no menos lánguida posteridad.
Hubo abrazos muy célebres en Uruguay, América y el mundo.
El abrazo del tambo ha tratado de emularlos, pero termina sumándose a destiempo y casi en la trastienda.
Es muy poco lo que suma, porque es muy poco lo que queda de los sumandos.

No se sabe si con ese gesto de aparente amistad se selló algún pacto entre los dos.
Lo que nadie duda es que bajo el modesto y doméstico paraguas punzó no hay lugar para un tercero, y menos si es alguien que pretende quedarse con el mango, sin importarle que el varillaje se muestre quebrado y la tela protectora llena de agujeros.

Pero en todo caso el esfuerzo de virtual reconciliación no parece haber sido en vano.
Porque en definitiva un abrazo siempre es mejor que un brazo arrancado

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